24 eneEntrevista a Oscar Martínez co-fundador de Tolket SRL

Reproducimos a continuación una interesante entrevista que aporta al debate del lugar de la ciencia en las políticas de innovación, realizada a uno de los líderes de Tolket, proyecto muy activo en Incubacén.

Miradas al Sur, 16 de enero de 2011

Un físico en busca de problemas

Oscar Martínez es uno de los más notables físicos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Acaba de comenzar un nuevo proyecto personal, la creación de Tolket SRL, una empresa surgida con el apoyo de Incubacen, la incubadora de empresas de base tecnológica de la facultad. La charla arrancó por allí pero derivó hacia los temas generales de la política científica argentina. El momento los estimula: la lenta reactivación de nuestra ciencia, a partir de 2003, alienta esperanzas y temores en la comunidad. El dato madre, aportado por científicos de otras instituciones, indica que Tolket se dedicaría a ‘emprolijar láseres’. Es decir, a hacer comercializables los desarrollos singulares de los laboratorios de investigación. Pero es un dato equivocado. O, mejor dicho, parcial: la ambición de Martínez es decididamente mayor.
“Lo importante es que haya una nueva técnica que implementar –dice–. Porque a esa nueva técnica nosotros la podemos convertir en un prototipo. Puede ser un invento nuestro o de un colega. Buscamos el usuario que tiene el problema y hacemos la conexión. Hay muchos investigadores en busca de problemas, y algunas empresas dispuestas a buscar soluciones.”
Esas técnicas en busca de problemas pueden provenir de cualquier disciplina. Del modo más general, se trata de convertir una idea original en prototipo para colocarlo en el mercado. Pero, ¿quiénes aportan los problemas? ¿Las empresas? “En realidad, hay pocas dispuestas a arriesgar –admite Martínez–; la cuestión es delicada, y depende del tipo de industria. Después podemos discutir por qué a nosotros, al final, terminan contratándonos empresas extranjeras, directamente desde fuera, y no empresas locales”.
La importancia académica de Martínez es indiscutible. Ante la pregunta por su decisión de montar una empresa, las variantes ofrecidas son interés, necesidad, causa, servicio. “Una mezcla de todo –apura Martínez–. Trabajé durante años en el desarrollo de tecnologías, y a mis aportes más importantes ahora los estamos comprando afuera. La sensación es entonces desagradable: no sólo uno no logró volcar a la sociedad lo que produjo, sino que además, cuando lo necesita, paga royalties por algo que uno mismo inventó”.
Y larga un ejemplo a raíz de la gran inversión que ha habido en equipamiento: “Yo trabajé en la generación de pulsos láser muy cortos. Pulsos más cortos que la millonésima de la millonésima de un segundo. Mis trabajos desembocaron en diversos sistemas que se venden en el mundo. El año pasado, en particular, Argentina pagó en el orden de un millón y medio de dólares para comprar tres de esos instrumentos”.
La conclusión es definitiva: lo que Martínez desarrolló como científico argentino no se volcó a la sociedad. ¿Por qué? “No es muy difícil de entender. En la Argentina no hay verdadera demanda social sobre la ciencia, salvo quizás en biotecnología. ¿Por qué no la hay? Porque la última dictadura no sólo aniquiló las fuerzas que llamaba ‘subversivas’, sino que esa destrucción sirvió para acabar con la burguesía nacional. Con la persecución de la Confederación General Económica, acusada de desestabilizar, la incipiente burguesía nacional, que ya estaba generando una demanda local, desapareció”, dice el científico.
La otra gran demanda de tecnología provenía de las empresas del Estado, proveedoras de servicios. Ésos eran los dos grandes motores que pedían tecnología. “Antes del golpe –explica Martínez–, en el país se estaba montando una industria de tecnología semiconductora. Había una demanda en el área de materiales y otra por parte de YPF y de Gas del Estado. Y había también necesidad de tecnología, aunque no todavía demanda, en el área de las comunicaciones. Todo eso fue cerrado a partir del ’76. Eso no ocurrió en Brasil, por ejemplo, cuya burguesía nacional creció durante la dictadura. Y vemos la diferencia: en Brasil hay una demanda social descomunal de tecnología”.
Después, Martínez dice que hay demandas que pueden ser satisfechas comprando tecnología, y que ésa fue la apuesta de los grupos dominantes en el país: la tecnología se compra, la tecnología no se produce. Que la dictadura concentró los capitales en intereses externos. Que los autopartistas, por ejemplo, fueron un sector de la burguesía nacional muy golpeado y que esa industria se concentró en manos de las grandes empresas automotrices que no son nacionales: “Ésa es una burguesía, pero no es nacional. Esa industria no va a desarrollar tecnología”.
¿Cuál es la diferencia de fondo entre una burguesía nacional y una que no lo sea? Martínez no duda: “Una vez, un colega que trabajaba en la YPF privatizada me dijo que tenían prohibido consultar en la Argentina cuando tenían problemas tecnológicos. Debían mandar la consulta afuera y la empresa pagaba por esa consulta. Ésa era una manera de expatriar capitales. Ninguna transnacional desarrolla tecnología en el país”.
El diagnóstico puede parecer desalentador, admite Martínez, pero permite una primera conclusión definitiva: si se consideran los ejemplos exitosos en el país en materia de transferencia de tecnología a la sociedad, como la Comisión Nacional de Energía Atómica, en ausencia de esa burguesía nacional, el motor de la demanda debe ser el Estado, como lo es en Brasil.
–Brasil es el modelo?
–Yo no digo que sea un modelo, simplemente trato de entender por qué somos tan distintos. Nosotros no teníamos brechas insalvables entre las clases, y había una expectativa de crecimiento que en Brasil no existía. Ahora en Brasil hay una expectativa de crecimiento social de los pobres hacia las clases medias que en Argentina no existe más. ¿Qué pasó con la fantasía social, anterior a los setenta, de que el país era productor de tecnología?
Las ideas de Martínez querrían estimular la discusión en el seno de la comunidad científica. Una comunidad que tendió a preservar una autonomía mal entendida. Se le menciona la excelencia, ese falso valor que ordena la vida académica del científico de los países periféricos. La excelencia como valor de un proyecto ajeno. Martínez dice: “La excelencia está definida por la demanda social de otros países. La nanotecnología es un ejemplo típico. Qué se busca afuera determina qué es excelente acá. Varsavsky tiene algunas frases ingeniosas sobre el tema. En el libro Ciencia, política y cientificismodice que ellos mismos impusieron la excelencia como herramienta para sacarse de encima a los dinosaurios, pero que al final no pudieron desarrollar una ciencia nacional porque cundieron los partidarios de la excelencia”.
Es raro escucharlo hablar del problema de la excelencia. Simplemente porque él es un científico de excelencia. “Es que creo que se está recreando lo que descubrió Varsavsky. Con el discurso de la excelencia se quiere captar a los individuos más creativos pero al mismo tiempo se crea un paradigma del que no saben salir”.
Por eso, desarrollar la ciencia en la Argentina, conectarla con su industria y con sus intereses, es algo complejo. “Yo creo que el problema no es de la ciencia, sino de la sociedad. Si la sociedad no le fija las prioridades a la ciencia, el científico va a seguir haciendo lo que pueda. El tipo se formó en determinados lugares, aprendió a moverse de determinada manera. El sistema es muy competitivo. Y un problema de los sistemas muy competitivos es que sobrevive el que mejor se adapta. Entonces, esos individuos exitosos que se encuentran en el sistema científico son los que mejor se adaptaron al paradigma que está en pie. No son ellos los que van a cambiar el paradigma”.
Como cierre, la pregunta es inevitable: ¿Qué está haciendo en este momento? La respuesta es una prueba más del genio de Martínez. “Digamos que busco problemas”.

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